La gravísima crisis de seguridad y violencia que vivimos en México no nos deja opción. Si las Fuerzas Armadas regresan a los cuarteles, los ciudadanos quedaremos a merced de los delincuentes. Quedaríamos al borde del caos, bajo la proclama de “sálvese quien pueda”.
Andrés Manuel López Obrador fue durante años un durísimo crítico de la actuación del Ejército y la Marina para salvaguardar la seguridad ciudadana y combatir a la delincuencia organizada. En campaña prometió que los regresaría a los cuarteles.
Hoy, ya como Presidente de México, sabe que bajo las actuales circunstancias eso es imposible. Sería darse un balazo en el pie.
Alfonso Durazo, el inexperto secretario de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, lanzó la inocua amenaza ante diputados: si no se aprueba la Guardia Nacional, “retiraríamos al Ejército completamente a los cuarteles”. Advertencia por demás inútil que sólo cuestiona su autoridad y debilita su credibilidad.
Al menos, reconoció que eso sería irresponsable, “porque en las actuales circunstancias de violencia en el país no podemos darnos ese lujo”.
Lo saben el Presidente, Durazo, los gobernadores, los presidentes municipales y los ciudadanos que viven bajo la amenaza de la delincuencia.
Durante los últimos tres sexenios no se hizo prácticamente nada para construir policías eficaces y honestas para todo el país.
Los vacíos que no supieron o no quisieron atender las distintas autoridades fueron aprovechados de inmediato por los delincuentes.
Desde hace varios años y hasta ahora solo las Fuerzas Armadas pueden garantizar la seguridad ciudadana en muchos lugares del país.
No debió ser fácil para el Presidente cambiar radicalmente su discurso de campaña sobre el papel de los soldados y marinos en las calles. Sus críticas fueron fundadas a veces, pero en muchas otras ocasiones fueron injustas.
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