“No basta con que cesen las balas. Necesitamos transformar nuestras instituciones para alcanzar la paz” afirman investigadores de la UNAM.

“No basta con que cesen las balas. Necesitamos transformar nuestras instituciones para alcanzar la paz” afirman investigadores de la UNAM.

La comunidad internacional presiona para lograr treguas en los conflictos en Medio Oriente y la guerra de Rusia y Ucrania, porque “una tregua puede abrir una pequeña ventana a la cordura en medio de lo que parece una locura total: buscar la paz a través de la violencia. Es una coyuntura que puede generar momentum para el diálogo, la construcción de acuerdos y la comprensión mutua sobre lo destructivo de la escalada violenta del conflicto”.

Así lo explica la doctora Mara Hernández Estrada, investigadora en procesos de paz que actualmente colabora con el Programa Universitario de Gobierno de la UNAM desarrollando estrategias de educación para la paz, facilitación de diálogo y resolución de conflictos.

La investigadora insiste en que la construcción de paz duradera requiere mucho más que voluntad política: “No basta con que cesen las balas. Necesitamos transformar nuestras instituciones, nuestras formas de convivir y también la forma en que nos relacionamos con nuestras emociones y con el otro”.

Desde su experiencia, el fortalecimiento de la sociedad civil, la educación emocional y la equidad estructural son pilares que no pueden ignorarse. “Si educamos a las nuevas generaciones en el reconocimiento de sus emociones y necesidades, en la empatía y en la comunicación no violenta, estaremos previniendo la violencia desde la raíz”.

La tregua, entendida como la suspensión temporal de hostilidades entre fuerzas en conflicto, ha sido una constante en la historia humana que revela tanto la persistencia de los conflictos como la búsqueda permanente de la paz. Desde la etimología latina tardía tregua, derivada del gótico triggwa que significa “pacto”, hasta su uso contemporáneo en la diplomacia internacional, este concepto ha evolucionado significativamente en sus formas, objetivos y consecuencias.

“Una tregua siempre es bienvenida porque implica una suspensión de las hostilidades, ya sea para abrir la puerta a la diplomacia o para permitir la asistencia humanitaria. Pero no debe confundirse con un tratado de paz; es solo una pausa, no la solución”, advierte Jacobo Dayán, especialista en Derecho Penal Internacional y director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM.

A diferencia de los tratados de paz, que buscan poner fin definitivo a los conflictos, las treguas representan pausas temporales que pueden servir a múltiples propósitos: desde permitir la evacuación de heridos hasta crear espacios para negociaciones más amplias. Esta distinción fundamental ha marcado la diferencia entre aquellas suspensiones de hostilidades que efectivamente condujeron a la paz duradera y aquellas que simplemente pospusieron la reanudación de los conflictos.

Las opiniones de los expertos apuntan hacia una concepción más profunda y estructural de la paz. Para Dayán, no puede hablarse de paz si no existe un compromiso con la verdad y la justicia: “No necesariamente hablamos de cárcel. La justicia puede ser restaurativa, pero debe haber un juicio que determine la verdad jurídica. Sin eso, toda tregua se queda corta”.

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