
México y Colombia comparten y arrastran historias de violencia que impactan la vida de barrios, escuelas y familias, afirman académicas de ambos países
En un continente donde las fracturas sociales y la violencia parecen persistir como sombras largas, la búsqueda de culturas de paz adquiere un sentido de urgencia, así lo mostraron México y Colombia en un reciente conversatorio convocado por la sede de la UNAM en Cuba, en el que participaron Sandra Lorenzano, directora de este espacio universitario, y Ángela Pérez Mejía, subgerente cultural del Banco de la República de Colombia, para compartir visiones y experiencias sobre cómo reimaginar la convivencia en clave comunitaria.
El encuentro Cultivar paz en América Latina: un diálogo entre Colombia y la UNAM desde Cuba, evidenció que, más allá de las diferencias geográficas o políticas, México y Colombia comparten desafíos profundos. Ambos países arrastran historias de violencia que impactan la vida cotidiana de barrios, escuelas y familias. Pero también coinciden en la convicción de que la cultura puede convertirse en un instrumento poderoso para tejer vínculos, ampliar imaginarios y devolver a las personas el sentido de comunidad.
Sandra Lorenzano subrayó la importancia de escuchar estas experiencias latinoamericanas como parte del impulso al Semillero Universitario de Paz, un programa recién creado que busca anclarse en la realidad de México, pero abierto a diálogos regionales. “Nos interesa mucho mirar hacia el resto de América Latina y aprender de procesos que, aunque no idénticos, enfrentan desafíos similares”, señaló.
El conversatorio dejó claro que la cultura de paz se construye con escucha, con relatos en primera persona y con el fortalecimiento de redes comunitarias que, como las raíces invisibles bajo un bosque, se entrelazan y sostienen la vida incluso en terrenos ásperos. La invitación, coincidieron ambas voces, es a reconocer que no estamos solos: que en distintos rincones de la región hay personas tejiendo su propio modo de resistir la violencia y abrirle espacio a la esperanza.
“Necesitamos palabras para nombrar la paz e imágenes para imaginarla”, planteó Pérez Mejía, al presentar el proyecto colombiano que durante más de siete años ha articulado una red nacional de mediadores culturales. Desde bibliotecas, museos y pequeños espacios improvisados —un patio escolar, un salón comunal, una esquina—, el programa busca activar conversaciones en torno a la paz que no dependan de pactos gubernamentales, sino de iniciativas locales.
Para Pérez Mejía, la clave está en comprender que la paz no es solo el silencio de las armas, sino el acceso equitativo a oportunidades, la disminución de brechas y la posibilidad de que cada comunidad nombre y visibilice sus propios dolores y sueños.