
Hola Paisano
Mascotas en el limbo, la otra cara invisible de las deportaciones
Por Daniel Lee
Ciudad de México, 29 Agosto 2025.- Ya lo habíamos abordado en este espacio, y en lo particular es un tema que me conmueve. En el debate sobre migración en Estados Unidos solemos hablar de cifras: cuántos son detenidos, cuántos son deportados, cuántos cruzan cada día la frontera.
Sin embargo, pocas veces se nombra a quienes también cargan con el peso de esas políticas, sin voz, sin derechos y sin pasaporte: los animales de compañía. Perros, gatos y hasta aves quedan atrapados en un limbo de abandono cuando sus familias son separadas de manera repentina por las autoridades migratorias.
El caso de Adopt and Save a Life Rescue Mission, un refugio en el oeste de Miami, es ilustrativo y doloroso.
En apenas unos meses ha recibido decenas de mascotas cuyos dueños fueron deportados o detenidos: perros, gatos y hasta gallos que quedaron a la deriva en cuestión de horas.
La directora, Daymi Blain, habla con un tono que mezcla desesperación y resistencia: “Son reportes todos los días, miles de llamadas… Ya ni las contesto porque no puedo ayudarlos”. La saturación es tal que han tenido que improvisar un establo y casas rodantes para albergar a los animales, con un gasto mensual que rebasa los mil 200 dólares solo en electricidad.
Florida no es una excepción. En Texas, Nueva York, Nueva Jersey, Tennessee y California se multiplican las denuncias. Solo bajo los primeros 200 días de la nueva administración republicana, el Departamento de Seguridad Nacional reportó más de 324 mil deportaciones: un promedio de mil 620 al día. Y cada una de esas deportaciones puede significar también una jaula más llena en un refugio, un perro atado en una calle desierta o un gato dejado atrás en un apartamento vacío.
Las historias estremecen: un joven chileno detenido mientras paseaba a su perro en Los Ángeles, cuya familia halló al animal abandonado; o el hombre de Dallas que, al borde de la deportación, llamó con el corazón roto porque su única preocupación era qué pasaría con sus perros. Para estas personas, en el instante más oscuro de su vida, la angustia no es solo por sí mismos, sino por esos seres que aman como familia.
El abandono de animales por razones económicas o sociales no es nuevo en Estados Unidos, pero las deportaciones han encendido una alerta roja: se está gestando una crisis humanitaria y animalista simultáneamente. Los refugios no tienen espacio, los voluntarios no se dan abasto y la ayuda gubernamental es inexistente.
La respuesta más lúcida la da la organización californiana C.A.R.E.4Paws, que prepara un refugio para recibir a las mascotas de migrantes ante la amenaza de deportación. “Cuando las personas atraviesan momentos increíblemente difíciles, la última cosa de la que deberían preocuparse es qué pasará con sus amadas mascotas”, dijo Isabel Gullö, su cofundadora. Esa frase condensa un dilema ético profundo: un Estado que se proclama defensor de valores y derechos está generando abandono y sufrimiento no solo humano, sino también animal.
No se trata solo de compasión. Se trata de responsabilidad política y social. Los animales son seres sintientes, reconocidos así incluso por legislaciones internacionales y por convenciones en América Latina y Europa. No son objetos prescindibles que puedan ser “dejados atrás” con la misma frialdad con que se desecha un mueble durante un desalojo. Son parte de familias, parte de vínculos emocionales que sostienen a millones de migrantes en medio de la adversidad.
Los refugios levantan la voz, pero necesitan algo más que donaciones de croquetas o voluntarios improvisados: requieren visibilidad, solidaridad organizada y presión pública para que el Estado no siga trasladando todo el costo a la sociedad civil.
En este contexto, organizaciones migrantes y defensoras de derechos animales tienen una oportunidad histórica de converger. La lucha contra las deportaciones arbitrarias debe ir de la mano con el reconocimiento de que detrás de cada persona arrancada de su hogar hay una vida animal igualmente quebrada.
En tiempos donde el discurso político deshumaniza al migrante, quizás recordar la suerte de sus mascotas pueda abrir un resquicio de empatía. Porque al final, abandonar a un perro o a un gato por una política de deportación no es solo un asunto de logística: es el reflejo de un modelo que fractura familias, comunidades y hasta la noción misma de humanidad.
Es urgente voltear la mirada a esos refugios que hoy, con techos improvisados y ventiladores prestados, sostienen la parte más invisible de la tragedia migratoria. Allí, entre jaulas y ladridos apagados, late una verdad incómoda: las deportaciones no solo separan a las personas de sus seres queridos. También dejan a miles de animales en el desamparo absoluto.
ABRAZO FUERTE
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