
Hola Paisano
Trump convierte la frontera en un laboratorio de vigilancia
Ciudad de México, 4 Septiembre 2025.- La administración del Presidente Donald Trump a reactivó el contrato con la empresa israelí Paragon Solutions —proveedora del software de espionaje Graphite, primo cercano del infame Pegasus. Seguro no es una estrategia tecnológica, sino una definición política:
La paradoja es infame. En 2024, la propia administración Biden suspendió el contrato con Paragon tras reconocer que violaba la legislación estadounidense que prohíbe la adquisición de software espía comercial riesgoso para la seguridad nacional.
No solo eso: la Casa Blanca advirtió entonces que esta empresa israelí había incurrido en prácticas contrarias a los derechos humanos en otros países. Hoy, bajo la administración Trump, ese freno se desmonta con un simple movimiento de pluma, colocando a ICE como brazo ejecutor de una maquinaria de vigilancia masiva.
El mensaje es inequívoco: la política migratoria de Trump ya no se limita a redadas, deportaciones exprés o cárceles improvisadas para familias enteras. Ahora suma el uso de una de las herramientas tecnológicas más intrusivas del planeta, que ya ha sido empleada para espiar periodistas europeos, activistas sociales e incluso a defensores de migrantes vinculados al papa Francisco. Es decir, se traslada al terreno digital una ofensiva que busca desarticular cualquier red de apoyo, documentar movimientos y quebrar resistencias.
No se trata solo de un contrato de 2 millones de dólares. Se trata de una redefinición del espacio democrático: cuando un Estado coloca bajo la misma lupa a criminales peligrosos y a migrantes que buscan refugio, convierte la frontera en un laboratorio de vigilancia que, tarde o temprano, terminará extendiéndose a la sociedad en su conjunto.
El caso Paragon muestra además una peligrosa connivencia internacional. Israel ha convertido a sus empresas tecnológicas de espionaje en un arma de exportación con fines geopolíticos, y Estados Unidos, que en el pasado se mostraba cauteloso ante los riesgos de Pegasus y sus derivados, se rinde ahora al pragmatismo de un gobierno obsesionado con el control migratorio a cualquier costo.
El resultado es un retroceso civilizatorio: derechos fundamentales como la privacidad, la presunción de inocencia y la libertad de asociación quedan subordinados a una narrativa que equipara migrar con delinquir. Y no hay democracia posible cuando se normaliza el espionaje sobre quienes ya viven en la vulnerabilidad.
La pregunta puede ser obvia: ¿cuánto falta para que el Graphite de ICE deje de apuntar solo hacia los migrantes y comience a vigilar a los propios ciudadanos que cuestionen estas políticas?
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