
Antilogía
Minerales raros: manzana de la discordia en el mundo
En el siglo XX, el petróleo fue el recurso que definió guerras, alianzas y estrategias de poder. En el siglo XXI, el nuevo “oro negro” son los minerales raros, también conocidos como tierras raras.
Se trata de un conjunto de 17 elementos químicos indispensables para la fabricación de tecnologías que hoy sostienen la vida moderna: desde teléfonos celulares y computadoras hasta turbinas eólicas, autos eléctricos, satélites y misiles de última generación. Sin ellos, simplemente no podríamos imaginar la transición energética ni la revolución digital.
La importancia de estos minerales generó una disputa silenciosa pero feroz entre los Gobiernos. China, por ejemplo, concentra más del 60 por ciento de la producción mundial y domina la cadena de refinación y procesamiento, lo que le otorga un poder estratégico frente a Estados Unidos, Europa y Japón. No es casualidad que, en medio de tensiones comerciales y en más de una ocasión, Pekín haya utilizado como herramienta de presión política la amenaza de restringir sus exportaciones.
Estados Unidos, por su parte, reconoció que la dependencia de China en este rubro representa un riesgo para su seguridad nacional. El Pentágono ha impulsado inversiones millonarias para reabrir minas en territorio norteamericano y diversificar sus proveedores en países como Australia o Canadá. La Unión Europea también colocó el tema en el centro de su agenda verde: sin tierras raras no hay transición energética, no hay autos eléctricos ni energías renovables.
En América Latina, esta disputa abre una oportunidad, pero también un riesgo. México posee reservas estratégicas de litio, mineral fundamental para las baterías recargables. La decisión de declararlo propiedad de la nación y crear una empresa estatal para su explotación fue recibida con entusiasmo porque con ello se defiende nuestra soberanía. Por su parte, Bolivia, Argentina y Chile conforman el llamado Triángulo del Litio, región que despierta el interés de potencias y corporaciones multinacionales. En paralelo, Brasil explora tierras raras en la Amazonía, lo que plantea un dilema ambiental y geopolítico.
El problema central es que estos recursos, aunque abundantes en la corteza terrestre, son difíciles de extraer y, aún más, de procesar. La minería de tierras raras implica grandes impactos ambientales: contaminación del agua, uso intensivo de químicos y desechos tóxicos. De ahí que muchos países dependen de la capacidad instalada de China, que durante décadas aceptó los costos ecológicos a cambio de consolidar un monopolio mundial. Hoy esa apuesta le rinde frutos políticos.
La disputa por los minerales raros no es solo económica, es estratégica. Quien controle el acceso y la distribución de estos recursos tendrá en sus manos las llaves del futuro tecnológico, energético y militar. Por eso vemos un escenario cada vez más tenso: alianzas internacionales para asegurar suministros, inversiones en exploración y, al mismo tiempo, tensiones diplomáticas entre potencias.
México no puede permanecer ajeno a este tablero global. El litio y otros minerales estratégicos deben manejarse con visión de Estado: proteger la soberanía, garantizar la sustentabilidad ambiental y, a a vez, aprovechar el interés internacional para atraer inversiones y transferencias de tecnología. No basta con tener los recursos; lo importante es desarrollar la capacidad de procesarlos y usarlos para fortalecer nuestro propio desarrollo.
La historia nos recuerda que los recursos naturales han sido, una y otra vez, motivo de dependencia o de emancipación. Hoy tenemos la oportunidad de aprender de esas lecciones. Los minerales raros son, sin duda, la base del futuro. La pregunta es si sabremos convertirlos en palanca de bienestar nacional o si quedaremos atrapados en la lógica de ser sólo proveedores de materias primas para las potencias extranjeras.
El siglo XXI será el de las tierras raras. Su disputa ya comenzó. Y México debe decidir si quiere ser espectador o protagonista.
ricardomonreala@yahoo.com.mx