Hola Paisano

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El miedo migrante en las escuelas de Estados Unidos

Ciudad de México 18 Septiembre 2025.- Las aulas deberían ser espacios de certeza. Lugares donde los niños descubren letras y números, donde aprenden a convivir y a soñar en grande. Pero hoy, en varias ciudades de Estados Unidos, las escuelas se han transformado en refugios precarios frente a un enemigo inesperado: el miedo sembrado por las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).

En Washington, a finales del mes pasado, los pasillos escolares reabrieron entre la tensión y la incertidumbre. Agentes enmascarados patrullaban vecindarios habitualmente tranquilos, y lo que para algunos era simple presencia policial, para miles de familias significaba la amenaza real de una separación definitiva. Niños que antes corrían con mochilas en la espalda hoy caminan con la sombra del temor: ¿regresarán a casa y encontrarán a sus padres?

La voz de Ben Williams, profesor y miembro de la Junta Estatal de Educación del Distrito de Columbia, lo describe sin rodeos: “Los estudiantes sienten un miedo profundo al ir y venir de la escuela, preocupados porque un familiar o alguien cercano podría ser detenido en cualquier momento”.

No es exageración, es realidad: padres ausentes en las gradas de un partido, pupitres vacíos por miedo a salir de casa, docentes convertidos en consejeros improvisados que intentan explicar a niños de siete u ocho años lo inexplicable.

Los números confirman lo que la emoción ya grita. Según el Pew Research Center, en 2023 vivían en Estados Unidos 4.6 millones de niños ciudadanos con al menos un padre indocumentado, y otros 1.5 millones de menores carecían de permiso legal para residir.

El impacto de las redadas no se limita a quienes no tienen papeles: afecta de lleno a ciudadanos estadounidenses que, por el simple estatus migratorio de sus padres, cargan con una ansiedad que debería ser ajena a cualquier infancia.

La educación también paga la factura. En el Valle Central de California, un estudio de la Universidad de Stanford documentó un aumento del 22% en ausencias escolares durante los meses con operativos migratorios intensificados. Menos asistencia implica menor rendimiento académico, mayor deserción y una cadena de consecuencias que compromete no solo la vida de esos estudiantes, sino el futuro mismo de las comunidades que Estados Unidos dice querer proteger.

Y lo más grave: el país incumple con su propia jurisprudencia. Desde 1982, la histórica sentencia Plyler v. Doe de la Corte Suprema garantiza que ningún niño puede ser excluido del sistema educativo por su estatus migratorio. Sin embargo, el clima de persecución convierte ese derecho en letra muerta: ¿de qué sirve un derecho en papel cuando el miedo expulsa de facto a los niños de las aulas?

El problema no es menor ni local. La política migratoria de redadas masivas tiene un efecto expansivo que desborda la frontera. Alimenta la narrativa de criminalización del migrante, erosiona la confianza en las instituciones y daña la cohesión social en un país que, paradójicamente, necesita más que nunca de la mano de obra y la creatividad de sus comunidades inmigrantes.

La infancia es la primera línea de esta crisis. Niños que deberían aprender a escribir sus nombres están aprendiendo, en cambio, a memorizar números de teléfono “por si mamá no regresa”; niñas que deberían soñar con ser doctoras o maestras ensayan respuestas para cuando un agente les pregunte por sus padres. Esa fractura no se mide en estadísticas: se mide en cicatrices emocionales que acompañarán a toda una generación.

Estados Unidos enfrenta una disyuntiva moral y política. Puede seguir desplegando agentes enmascarados frente a las escuelas, o puede asumir con coherencia su propia legalidad y su propia historia: reconocer que la integración, no la persecución, es la base de una sociedad democrática. El futuro no se construye sembrando miedo en las aulas. Se construye garantizando que cada niño —ciudadano o migrante— pueda entrar y salir de la escuela con la certeza de que el hogar y la familia estarán intactos al final del día.

ABRAZO FUERTE

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