
Antilogía
El campo, identidad y grandeza
El campo latinoamericano representa mucho más que la producción de alimentos: es un espacio estratégico para la identidad cultural, la seguridad alimentaria, la estabilidad social y el desarrollo económico de la región.
América Latina es uno de los territorios más ricos en biodiversidad y recursos naturales del mundo, pero también uno de los que enfrenta mayores desigualdades en el acceso a la tierra, la tecnificación agrícola y la distribución de la riqueza generada en el sector.
En el continente, la agricultura y la ganadería cumplen un papel central en la economía global. América Latina produce cerca del 14 por ciento de los alimentos que se consumen en el mundo y concentra enormes extensiones de tierras cultivables, además de reservas hídricas fundamentales. Brasil, Argentina y México destacan como potencias agroalimentarias, exportando granos, carne y productos industriales que abastecen tanto al mercado regional como a las grandes economías de Norteamérica, Europa y Asia. Sin embargo, esta capacidad convive con profundas contradicciones: mientras la región es una despensa mundial, millones de sus habitantes enfrentan pobreza rural, inseguridad alimentaria y falta de acceso a servicios básicos.
México es un caso emblemático de esas tensiones. Nuestro campo, históricamente vinculado a la lucha por la tierra y la justicia social, ha sido motor de transformación política y económica. Desde la Revolución, cuando la demanda agraria era un pilar central, hasta la actualidad, el campo sigue siendo un espacio cargado de simbolismo y de desafíos estructurales.
La importancia del campo en México se refleja en varios aspectos. Primero, en la seguridad alimentaria: el país produce gran parte del maíz que consume, cultivo que no es solo un alimento, sino la base cultural y civilizatoria de Mesoamérica. Nuestro campo abastece también de frutas, hortalizas y productos agroindustriales que llegan a millones de hogares y mercados internacionales, especialmente a Estados Unidos, principal socio comercial.
Segundo: el campo es un motor económico y laboral. Aunque el sector agropecuario representa una proporción menor del PIB nacional frente a la industria y los servicios, emplea a millones de personas, en especial en comunidades rurales e indígenas. La exportación agroalimentaria ha alcanzado niveles históricos en la última década, convirtiendo a México en uno de los principales exportadores de aguacate, berries, cerveza y tequila, productos que se volvieron emblemas de identidad nacional y de competitividad global.
Tercero: el campo es territorio cultural y ambiental. En las comunidades rurales se conservan lenguas originarias, tradiciones, fiestas y prácticas agrícolas heredadas de generaciones pasadas. Al mismo tiempo, en el campo se libran batallas cruciales por la defensa del agua, los bosques y la biodiversidad frente a megaproyectos, minería y el cambio climático. La degradación del suelo y la falta de políticas de adaptación amenazan la sostenibilidad del sector, y con ello, la posibilidad de garantizar alimentos en el futuro.
América Latina en su conjunto enfrenta el mismo dilema: cómo aprovechar su riqueza agrícola para el desarrollo sin sacrificar la equidad social y la sostenibilidad ambiental. En este escenario, México debe apostar por una política integral que combine apoyo directo a los pequeños productores; inversión en ciencia y tecnología, y programas de conservación que protejan al medio ambiente.
El campo no es un espacio atrasado ni secundario, como a veces se le percibe desde las grandes ciudades. Es, en realidad, un pilar de la soberanía, la cultura y la identidad nacional. En México, hablar del campo es hablar de historia, de raíces y de futuro. Si el país logra revalorizarlo, invertir en su gente y fortalecer su papel en la economía global, no solo garantizará el alimento de millones, sino también la preservación de una de las tradiciones más ricas y valiosas de América Latina.
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