
Hola Paisano
Tras las Rejas del Olvido
La vida en los centros de detención y albergues para migrantes
Ciudad de México, 15 abril 2025.- Apenas se abre la reja oxidada, el aire se espesa. Huele a humedad, a miedo y a tiempo detenido. En el centro de detención ubicado a pocos kilómetros de la frontera, el reloj no avanza como en el mundo exterior. Aquí, los días no se cuentan por fechas, sino por silencios.
María, una madre hondureña de 28 años, duerme sobre una colchoneta delgada, junto a sus dos hijos, bajo una lámpara que nunca se apaga. Llegó buscando refugio tras huir de amenazas de pandillas, pero lleva semanas detenida sin una respuesta clara. “No sé si estoy presa, esperando o olvidada”, dice, abrazando a su hija como si ese gesto fuera su único refugio.
Los centros de detención para migrantes son espacios de tránsito que, muchas veces, se convierten en estaciones permanentes de incertidumbre. Se crearon para albergar temporalmente a personas sin documentos, pero en la práctica, funcionan como cárceles improvisadas. Algunos migrantes pasan meses encerrados, sin contacto con el exterior, sin asesoría legal, sin siquiera saber cuándo saldrán.
En los pasillos, el hacinamiento es evidente. Camas pegadas, escasa ventilación, alimentos de baja calidad y baños que apenas funcionan. A eso se suman las enfermedades, el estrés psicológico y el trato deshumanizante por parte de algunos guardias.
“No nos llaman por nuestro nombre. Nos gritan por número”, confiesa Ali, un joven senegalés que cruzó medio mundo para llegar aquí. “Ni siquiera sé en qué país estoy. Solo sé que no me quieren”.
Afuera, los albergues gestionados por organizaciones civiles intentan ofrecer una alternativa más humana. En ellos hay paredes coloridas, mantas limpias, comida caliente y, sobre todo, empatía. Pero no dan abasto. Muchos operan con recursos limitados y sobreviven gracias a donaciones y voluntarios.
“Hay días que tenemos que rechazar familias porque no hay camas”, dice Teresa, coordinadora de un albergue en el norte de México. “Nos parte el alma, pero no podemos hacer milagros”.
Pese a las diferencias, tanto los centros como los albergues tienen algo en común: son puntos de espera, de tránsito y de esperanza rota o sostenida por un hilo. Son espacios donde el tiempo se congela, donde el mundo no llega, y donde las historias más profundas suelen escribirse en voz baja, para no despertar la tristeza colectiva.
Mientras tanto, miles de migrantes siguen llegando a la Unión Americana, cargando mochilas llenas de pasado y los bolsillos repletos de futuro. Algunos logran cruzar. Otros regresan. Y muchos más quedan en pausa, tras las rejas del olvido.
Debemos tener presente que los centros de detención y los albergues son más que espacios físicos: son espejos de las políticas migratorias, de las decisiones gubernamentales, y de la capacidad —o incapacidad— de nuestras sociedades para responder con humanidad ante el dolor ajeno. Las cifras hablan de crisis, pero los rostros cuentan historias. Cada mirada tras las rejas, cada niño que duerme en el suelo, cada madre que espera sin noticias, nos obliga a preguntarnos qué tan lejos estamos dispuestos a llegar por proteger fronteras… y qué tan cerca estamos de perder la compasión.
No se trata solo de migración. Se trata de dignidad. La migración no se detendrá. Pero sí podemos decidir cómo la enfrentamos: con muros… o con humanidad.
México, por su parte, mantiene cerca de 57 estaciones migratorias y estancias provisionales, donde se han denunciado condiciones inhumanas, violaciones de derechos humanos y sobrepoblación, situaciones que nada le importan a quien debería estar en la cárcel. Sí, nos referimos a Francisco Garduño, aun titular del INM responsable de un hecho indignante: 40 migrantes muertos calcinados y asfixiados en un centro de reclusión, disfrazado de albergue.
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