Después del decálogo anunciado por el presidente Peña Nieto el jueves pasado para enfrentar la crisis social y de seguridad que vivimos, ilusamente pensé que, ahora sí, en México se haría cumplir la ley y que comenzaríamos una nueva etapa de respeto y combate a la impunidad.
Me equivoqué.
El fin de semana quedaron en libertad, por falta de elementos en su contra, los 11 detenidos por los actos violentos en el Centro Histórico del Distrito Federal y el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el pasado 20 de noviembre.
En este país, quien viola la ley puede dormir tranquilo y hasta ufanarse, sentirse orgulloso, porque no le pasará nada. Sólo hay que ser político, funcionario público, amigo o familiar de político, gran empresario.
También ‘maestro’ (aunque nunca haya dado clases), ‘estudiante’ (aunque tenga 40 años y no esté matriculado en ninguna escuela. O sí, da igual). Activista, ‘luchador social’, manifestante o familiar de alguno de los anteriores.
En el caso de los primeros cuatro, no es necesaria la violencia. Eso es… ‘rusty’. Se reconocen y agradecen los buenos modales, el carisma, la inteligencia… y hasta la picardía.
De preferencia, hay que ser ‘decentes’ y procurar no dejar rastro de las fechorías. Si no se puede, ni modo. Hay que ser generosos, compartidos y hasta caritativos. Comer las mejores viandas y beber los mejores vinos. Hacer grandes fiestas, ser buen anfitrión. Llevar una buena vida y tratar –sólo tratar– de ser dis-cre-tos (requisito no obligatorio).
Vacacionar en los mejores lugares del mundo, presumirlo en redes sociales. Usar y regalar las mejores joyas. Vestir bien, los mejores trajes y camisas hechos a la medida, por supuesto.
Tener varias casas, varios autos, viajar en primera clase o en avión privado (de preferencia con cargo al erario).
Pero, eso sí, es in-dis-pen-sa-ble tener fuero, ‘palancas’, buenos amigos –si son abogados, mejor–, o mucho, pero muuuucho dinero.
En el caso de los segundos cuatro, se requiere ser violento. Agredir, humillar a la autoridad y pasar sobre los derechos de los demás.
Tomar calles, avenidas, carreteras, plazas y edificios públicos. Dañar propiedad privada, grafitear, saquear, secuestrar autobuses, robar mercancías. Hacer y/o difundir manifiestos. Protestar por lo que sea, la causa es lo de menos. Enfrentarse a la Policía con lo que se pueda: piedras, palos, tubos, bombas molotov, tanques de gas, cohetones. Incendiar vehículos u oficinas públicas. Declararse contra el gobierno represor, auto proclamarse ‘preso político’ y, si se es extranjero, ¡mejor!
Ah, pero en este caso también hay algo in-dis-pen-sa-ble: ocultar la identidad, cubrirse el rostro, em-bo-zar-se. Eso, además de que da cierto ‘charm’, le encanta a la prensa internacional.
Claro, hay que pagar cierto costo a cambio de la impunidad. En el caso de los políticos o empresarios, el desprestigio social por haber sido desenmascarado. La molesta detención de la Policía y la comparecencia ante el Ministerio Público. En algunos casos, los menos, arraigo y el proceso penal.
En el caso de los ‘maestros’, ‘estudiantes’ o activistas, no hay desprestigio social, sino ‘méritos de lucha’. A la detención de la Policía hay que agregar, claro, golpes y amenazas, siempre condenables, pero suman al currículum de cualquier ‘luchador social’ que se respete.
Sólo hay que tener un poco de paciencia, porque al final, en ambos casos, la impunidad prevalece. Salen libres por falta de pruebas, por mala integración de los expedientes o por alguna negociación política, producto de la coyuntura.
Si usted no cumple con los requisitos anteriores, trabaja, se esfuerza, trata de ser honrado y comete alguna falta o violación a la ley, no importa si es chica o grande, le caerá encima ¡todo el peso de la ley!
Por cierto…
En estos tiempos de gran encono social, como nunca antes se había visto, el Distrito Federal, la caja de resonancia de casi cualquier tema a nivel nacional, donde los politécnicos llevan casi 60 días en paro, sigue funcionando con normalidad. Y eso es mérito de Miguel Ángel Mancera.