
Hola Paisano
Green Card, corazón de plástico
Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 5 Mayo 2025.- Ser titular de una green card alguna vez fue sinónimo de estabilidad, progreso y pertenencia. Hoy, en la era de la sospecha institucionalizada, esa promesa ha sido reducida a un papel frágil que puede desvanecerse entre interrogatorios, sospechas infundadas y formularios que, con una firma, pueden borrar años de vida y esfuerzo.
El endurecimiento de las políticas migratorias bajo el gobierno de Donald Trump no solo redefinió la frontera física de Estados Unidos: fracturó también la frontera simbólica que separaba a los “residentes legales” de los “ilegales”. En la práctica, la distinción ha comenzado a difuminarse, y los titulares de la tarjeta verde —personas que viven, trabajan, pagan impuestos y crían familias en EE.UU.— ahora son tratados con la misma desconfianza que un visitante sin papeles.
Casos como el de Cliona Ward, detenida tras décadas de residencia y rehabilitación ejemplar, o el empresario neoyorquino presionado para abandonar su residencia tras un viaje de negocios, revelan una política no escrita: el residente permanente ya no es bienvenido por defecto. El mensaje es claro: tu permanencia es condicional, tu historia será escudriñada, y tu estatus puede volverse negociable a discreción de un agente de frontera.
Esta lógica punitiva y discrecional se disfraza de “seguridad nacional”, pero en el fondo revela una profunda crisis moral. Estados Unidos, nación históricamente forjada por migrantes, ha comenzado a ver en cada extranjero un riesgo, incluso si ese extranjero lleva décadas aportando al país. El paradigma ha cambiado: ya no importa tanto quién eres, sino cuánto tiempo has estado fuera, qué opinas en redes sociales o si alguna vez cometiste un error, por más que lo hayas superado con dignidad.
El nuevo orden migratorio ha exportado el miedo: ahora empieza antes del viaje, en el aeropuerto de salida, en la revisión mental del itinerario, en la duda de si tu residencia resistirá otro sello en el pasaporte. Las fronteras ya no son líneas geográficas: son laberintos burocráticos cargados de subjetividad.
La instrumentalización de la green card como una palanca de intimidación erosiona no solo derechos, sino confianza. ¿Qué valor tiene la residencia permanente si puede ser revocada por una ausencia prolongada, una condena antigua o una publicación en redes? ¿A qué llama Estados Unidos “integración” si el residente permanente debe vivir con la maleta medio hecha y el temor al segundo interrogatorio?
El sistema migratorio estadounidense se está vaciando de humanidad y llenando
de desconfianza. Hoy más que nunca, es urgente exigir claridad normativa, respeto al debido proceso y garantías reales para quienes, habiendo sido aceptados como residentes, solo piden vivir sin miedo en el país que eligieron —y que, en muchos casos, ya es el suyo.
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