Goza hoy de una credibilidad que casi ningún otro político mexicano puede presumir
Los políticos mexicanos viven hoy el peor desprestigio de la historia, principalmente los priistas. Su palabra vale muy poco, prácticamente nada, pero el caso de Andrés Manuel López Obrador es distinto.
Gracias a su olfato e innegable habilidad política, pudo capitalizar el desencanto y el hartazgo ciudadano hacia los políticos tradicionales. Durante los 18 años que trabajó para convertirse en Presidente de México, prácticamente la única arma que tuvo al alcance fue el poder de su palabra, la credibilidad que el pueblo le otorgó.
Cuando buscó ser candidato a jefe de Gobierno del Distrito Federal, aún sin tener la residencia necesaria, presentó como su domicilio las oficinas del PRD y eso bastó para que le dieran el registro. Le creyeron. Cuando estalló el escándalo de René Bejarano, quien acababa de ser su secretario particular, recibiendo fajos de billetes en efectivo, su palabra bastó para deslindarse y salir limpio. Le volvieron a creer. Lo mismo ocurrió cuando reveló la teoría del complot y la mafia del poder. Sin mostrar evidencias, tan sólo con asegurarlo, ambos conceptos llegaron para quedarse.
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