La caravana de migrantes centroamericanos, varios miles, entre ellos familias y niños, que entró dramáticamente en México tras recorrer Honduras y Guatemala en su camino hacia Estados Unidos se ha vuelto blanco de la ira y la amenaza del presidente estadounidense Donald Trump.
En sus comunicaciones en Twitter y en eventos públicos recientes, Trump ha abordado el tema de esta caravana migrante mucho más como un elemento de punzante propaganda política para atizar y movilizar a su base electoral que como un fenómeno de hondas y complejas raíces humanas, socioeconómicas y éticas en las que Estados Unidos tiene una profunda responsabilidad.
Para él, la caravana migrante que avanza ya en el extremo sur de México hacia la frontera estadounidense es foco de criminales y de “desconocidos habitantes del Medio Oriente”. Aunque no da pruebas de esas acusaciones, para Trump el avance de esas personas hacia el norte es una cuestión de “emergencia nacional” y un acicate para modificar las leyes de inmigración de Estados Unidos.
Y ha dicho que si esas personas no son detenidas en su camino, cortará la ayuda económica a Guatemala, Honduras y El Salvador, cerrará la frontera con México y enviará allí a las fuerzas armadas para contener e impedir el ingreso de la caravana a Estados Unidos.
Al referirse en esos términos a los migrantes, Trump soslaya que el modelo económico que se ha proyectado desde Washington hacia el sur del continente, el apetito estadounidense por las drogas que fluyen hacia el norte, la relación circular entre Estados Unidos y Centroamérica que propició el auge de las maras y otros grupos delictivos y los propios problemas económicos, políticos y de inseguridad estructurales de los países de esa región son el caldo de cultivo en el que han surgido las oleadas de individuos y familias en tal grado de desesperación que optan por arriesgarse en una caminata inmensamente larga, ardua y peligrosa con tal de buscar en el norte una vida mejor.
Una aspiración que con todo lo improbable que resulta parece preferible a quedarse a merced de la miseria y la violencia en sus lugares de origen.
Pero Trump no da muestra en su discurso de considerar esas circunstancias, y posiblemente no le resulten importantes o pertinentes. Tampoco parece interesarle realizar diagnósticos precisos o capaces de desembocar en acciones o soluciones reales ni, al menos en su áspera retórica, si tiene la capacidad de cumplir sus promesas o advertencias o si llevarlas a cabo podría resultar contraproducente para Estados Unidos.
Sadly, it looks like Mexico’s Police and Military are unable to stop the Caravan heading to the Southern Border of the United States. Criminals and unknown Middle Easterners are mixed in. I have alerted Border Patrol and Military that this is a National Emergy. Must change laws!— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 22 de octubre de 2018
Por ejemplo, como se comenta en The Washington Post, Trump no tendría en realidad la autoridad para cumplir sus alegatos en lo relacionado al despliegue del Ejército en la frontera para frenar a los indocumentados. Por ley, aunque ciertamente es posible el envío limitado de guardias nacionales a la frontera –el propio Trump ya lo ordenó meses atrás y lo hicieron también en su momento los presidentes George W. Bush y Barack Obama– los militares solo pueden realizar tareas de vigilancia, apoyo logístico e intercambio de información y no están autorizados para participar en acciones concretas de gestión de inmigración o de contención, arresto o detención de personas que ingresaran irregularmente al país.
Esas tareas son exclusivas de las autoridades de Aduanas y Protección Fronteriza y los militares, como se discutió hace unos meses en la radio NPR, solo pueden legalmente participar en actividades pasivas.
Para que los militares pudieran realizar tareas directas de control migratorio sería necesario cambiar las leyes en la materia y, sin ir tan lejos, incluso se necesita el aval del Congreso para autorizar el presupuesto para que la Guardia Nacional haga funciones secundarias de apoyo.
En ese sentido, resulta por lo menos curioso que Trump agite la posibilidad de tomar medidas drásticas que, en realidad, requerirían el apoyo del Congreso para ser factibles al tiempo de que acusa a los demócratas por no darle “los votos para cambiar nuestras patéticas leyes de inmigración”. Máxime cuando en realidad no fueron los demócratas sino los propios republicanos, con mayoría en ambas cámaras, los que por conflictos internos no lograron aprobar las iniciativas legislativas en materia migratoria que ellos mismos propusieron.
En ese contexto, aunque a Trump le parezca que el avance de la caravana migrante es una cuestión de emergencia nacional, en realidad la declaración de tal situación es algo grave y de severas consecuencias (por ejemplo, la suspensión de ciertas leyes que restringen la actividad militar y el incremento de sus capacidades) y resulta aplicable sólo cuando la nación enfrenta realmente una situación de peligro mayúsculo.
Eso sucedió, por ejemplo, luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Pero nada habría en el avance de esa caravana de centroamericanos que justificara una medida de esa naturaleza. Aludir a una situación de emergencia nacional en este caso no sería sino un ejemplo de tremendismo electorero de Trump para catalizar la paranoia antiinmigrante de la derecha radical.
Por ende, enviar al ejército para frenar frontalmente el ingreso de indocumentados en un acto de fuerza como el que sugiere Trump resulta muy improbable y deterioraría aún más el polarizado tejido sociopolítico estadounidense.
¿Se puede cerrar la frontera?
Y cerrar la frontera en el sentido más amplio, es decir evitar todo cruce de personas y bienes a lo largo de todo el límite con México, requeriría de un operativo descomunal que provocaría enormes tensiones sociales y pérdidas económicas para estadounidenses y mexicanos y que, cabe señalar, resultaría dispendioso e innecesario pues, aunque integrada por miles de personas, la caravana migrante solo podría concentrarse, si logra llegar a la zona limítrofe, en unos pocos puntos de la frontera.
Por ello, la mera mención a un despliegue de las fuerzas armadas en la frontera es en realidad poco efectiva para disuadir a los migrantes en su travesía, si se considera que ellos huyen de una condición de violencia y pobreza que les resulta aún más opresiva e intolerable que los diversos y graves riesgos de su viaje del sur hasta el norte para llegar a Estados Unidos.
En realidad, la emergencia implícita en la caravana migrante es de naturaleza humanitaria y por ende ha de ser abordada de modo compasivo y justo.
Todo país tiene el derecho a establecer sus leyes en materia de inmigración, pero lo que a Trump al parecer le interesa ahora es incentivar, con un discurso alarmista y catastrofista, la movilización electoral de su base dura de votantes para tratar de prevenir que, en las elecciones del 6 de noviembre, los demócratas le arrebatan el control de la Cámara de Representantes al partido del presidente.
Por ello agita nuevamente el argumento del inmigrante criminal y peligroso que avanza amenazante y en grandes oleadas hacia Estados Unidos, al que hay que frenar así sea con el ejército, y añade la noción de que todo ello es responsabilidad del obstruccionismo conspirativo del Partido Demócrata.
En la lógica electorera de Trump, su mensaje de alarma ciertamente podría sumarle votos y respaldos y mantener ante el grueso de sus seguidores una imagen de defensor del estadounidense contra los peligros provenientes del exterior encarnados en el inmigrante indocumentado y las negligencias políticas de los demócratas. Incluso, como reportó la televisora CBS, Trump ha sugerido que los demócratas desean el arribo de esos inmigrantes y que la elección del 6 de noviembre será “una elección sobre la caravana”, con lo que sugiere que si el Partido Demócrata gana la mayoría las caravanas se convertirían en algo cotidiano e incluso respaldado desde un Capitolio demócrata.