El inicio del gobierno del presidente Andrés Manuel López Orador ha sido vertiginoso, sin pausay con prisa. Desde que tomó las riendas del país, aquella noche del 1 de julio pasado, él y su equipo no han dado respiro. Tomaron decisiones, marcaron líneas, trazaron rutas y provocaron sacudidas sin haber tomado posesión de sus cargos.
Incluso antes de la elección, seguro del triunfo que obtendría, López Obrador comenzó a anunciar a los miembros de su gabinete, quienes tomaron también notoriedad mediática y adquirieron peso político. Cuando sintió el triunfo electoral en la bolsa, comenzó a pedir el voto, ya no para él, sino para los otros candidatos de Morena. Ganó prácticamente todo y comenzó a gobernar. Su primer ‘brazo ejecutor’ fue el Poder Legislativo, dominado por diputados y senadores de Morena, quienes de inmediato comenzaron a cumplir sus órdenes. Ante la mirada de la famélica e inofensiva oposición del PRI, PAN, PRD, etcétera, López Obrador ha hecho lo que ha querido.
Quienes tienen acceso a su círculo cercano aseguran que la dinámica que imprime el Presidente podría resumirse así: voy derecho y no me quito, sin importar qué o quién se atraviese.
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