Antilogía

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La Generación Z ante la política

Desde la curul que hoy ocupo, no dejo de preguntarme: ¿qué tan preparados estamos, como representantes populares, para entender y dialogar con una generación que ha crecido entre algoritmos, crisis ambientales y redes sociales que operan a la velocidad de un clic?

Me refiero, por supuesto, a la generación Z —integrada por personas nacidas entre finales de la década de 1990 y mediados de la del 2000—, frecuentemente etiquetada como apática, desconectada o indiferente ante la política.

Durante décadas hemos asociado la participación política con el voto, la militancia en partidos y la asistencia a marchas o mítines. Y sí, muchas y muchos jóvenes no están participando en esos espacios tradicionales, pero ello no equivale a desinterés. Basta con observar las redes sociales para ver cómo esta generación expresa opiniones, denuncia injusticias, crea comunidades digitales y lanza campañas virales para visibilizar causas sociales, ambientales o de derechos humanos.

La generación Z no es apática, es selectiva. No cree automáticamente en las instituciones —y con justa razón, dada la historia de corrupción, simulación y discursos vacíos que muchas veces ha recibido como herencia—, pero sí cree en las causas. Y cuando una causa le toca el corazón o la conciencia, se moviliza en forma poderosa.

Me queda claro que esa generación está marcando un cambio en la manera de entender lo público. No busca a los partidos políticos tradicionales como vehículos de transformación, pero sí está al frente de luchas como el feminismo, el ambientalismo, la justicia digital, la inclusión LGBTTTIQA+ y los derechos de las comunidades marginadas. No usa la política en la forma como la conocimos, pero la hace y la vive todos los días, desde sus trincheras digitales y territoriales.

Por ejemplo, ha organizado campañas masivas para eliminar el uso de plásticos, exigido justicia para víctimas de feminicidio y presionado —con éxito— a empresas y Gobiernos para tomar postura sobre temas sociales. ¿Eso no es política?, por supuesto que sí, pero hasta darle el mismo título de “política” a esas acciones no le agrada a esta generación.

En el Congreso de la Unión tenemos una responsabilidad urgente: tender puentes hacia esa generación; escucharla, incluirla y, sobre todo, brindarle espacios. No basta con invitarla a “participar”; hay que darle el poder de transformar. Y eso implica reformar leyes para abrir canales reales de participación juvenil, garantizar el acceso a derechos digitales, apoyar iniciativas tecnológicas con impacto social y, claro, promover una educación cívica acorde con su realidad, no con la del siglo pasado.

La democracia no puede sobrevivir si sigue hablando con un lenguaje que las nuevas generaciones no entienden —o, peor aún, no respetan—. Necesitamos actualizar el diálogo político, no para parecer cool en TikTok, sino para demostrar que sí estamos dispuestos a cambiar, a evolucionar con ellas y no contra ellas.

Si algo caracteriza a la generación Z es la urgencia. Quieren ver resultados, cambios reales, consecuencias inmediatas. Y en un país donde la justicia tarda años y las promesas políticas, décadas, es comprensible su frustración. Pero lejos de reprocharle, debemos asumirlo como un llamado a la acción. Si el sistema actual les parece lento, es nuestro deber hacerlo más ágil, más transparente, más participativo.

Como diputado federal, lo digo con claridad: necesitamos legislar no solo para la generación Z, sino con ella. Que sus preocupaciones se escuchen en los debates parlamentarios, que sus voces lleguen a las comisiones, que sus propuestas se conviertan en iniciativas de ley. Porque solo así garantizaremos que la política no sea un club cerrado, sino una herramienta viva y colectiva para construir un México mejor.

La generación Z no es apática, es crítica, exigente, informada y profundamente comprometida… cuando se le da la oportunidad. Es hora de dejar de pedirle que se adapte al sistema. Mejor, que el sistema empiece a adaptarse a ella.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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