
Antilogía
La soberanía, a 204 años de nuestra independencia
Hace 215 años, México emprendió una de las gestas más grandes de su historia: la lucha por su independencia. Aquella epopeya no fue solamente la ruptura con una metrópoli extranjera, sino el inicio de un largo y complejo camino hacia la construcción de nuestra soberanía.
Hoy, en el marco de los festejos por el inicio de la Independencia, tenemos la responsabilidad de reflexionar sobre el verdadero significado de esa palabra, que no se agota en lo simbólico, sino que se materializa en las decisiones, políticas y acciones que tomamos como nación libre.
La soberanía, entendida como la capacidad del pueblo para decidir su destino sin injerencias externas, es el corazón de la vida republicana. Y a casi 204 años de consumada nuestra independencia, la pregunta es inevitable: ¿hemos sido capaces de honrarla y defenderla? La respuesta es compleja, porque la soberanía no es un logro eterno, sino un reto permanente. Se conquista, se ejerce y se protege todos los días frente a desafíos internos y externos.
Hoy enfrentamos un mundo globalizado que, al mismo tiempo que abre oportunidades, impone presiones y condicionamientos. La interdependencia económica, las amenazas en materia de seguridad, las tensiones migratorias y los intereses de grandes potencias ponen a prueba nuestra capacidad para tomar decisiones autónomas. Ser soberanos no significa aislarnos, pero sí garantizar que ningún acuerdo internacional, ningún tratado ni ninguna relación bilateral se construyan en detrimento de los intereses de México.
La soberanía también se defiende en nuestra política interior. Significa tener instituciones fuertes, confiables y legítimas que respondan al mandato popular y no a intereses privados. Significa garantizar que los recursos naturales, como el agua, el petróleo o el litio, se aprovechen en beneficio de la nación y no se entreguen a corporaciones que los ven solo como mercancía. La soberanía también está en la seguridad alimentaria: que nuestro pueblo pueda alimentarse con lo que producimos y no dependa en exceso de importaciones que nos hacen vulnerables.
No podemos olvidar que la independencia de México fue fruto del sacrificio de mujeres y hombres que entregaron su vida por la causa de la libertad. Ellas y ellos no lucharon por una soberanía abstracta, lo hicieron por la posibilidad real de construir un país justo, digno y próspero. Hoy nos toca a nosotras y nosotros estar a la altura de esa herencia. Defender la soberanía implica también cuidar la memoria histórica, mantener viva la identidad cultural y preservar nuestras tradiciones frente a un mundo que tiende a la homogeneización.
Los festejos por la Independencia no deben reducirse a desfiles, luces o discursos; deben ser un momento para preguntarnos cómo vamos a preservar la libertad de decidir nuestro futuro. Porque, sin soberanía, la democracia se vuelve una ilusión; sin soberanía, el desarrollo se vuelve dependiente; sin soberanía, la justicia social se vuelve imposible.
A 204 años de distancia, México sigue de pie. Hemos enfrentado invasiones, intervenciones, bloqueos y presiones. Aprendimos que la soberanía no se concede, se defiende. Nuestra tarea como ciudadanas, ciudadanos, legisladoras y legisladores es asegurarnos de que nunca más esté en riesgo; de que nuestras instituciones, nuestras leyes y nuestra unidad nacional garanticen que el pueblo de México sea siempre el dueño de su destino.
La Independencia fue el inicio; la soberanía es el camino. Y hoy, más que nunca, debemos comprometernos con ella, porque en su defensa está el futuro de nuestra patria.
ricardomonreala@yahoo.com.mx