Antilogía

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La guerra no es el camino

El mundo vive una etapa de altísima tensión. Las hostilidades entre Israel e Irán, así como la intensificación de los conflictos en Gaza, Líbano, Siria y otras regiones de Oriente Medio, representan una escalada militar sin precedente en los recientes años.

Esta situación, que podría derivar en una guerra regional de mayores proporciones, amenaza no solo la estabilidad en la zona, sino también el equilibrio político, energético y económico del planeta.

Los bombardeos, los ataques con misiles y la pérdida constante de vidas humanas nos recuerdan que cuando la diplomacia falla o se minimiza, el precio lo pagan los pueblos, los miles de niñas y niños que pierden a sus madres, padres y familiares o las madres y padres que miran con horror la pérdida de algún hijo o hija. No hay justificación alguna para la violencia contra civiles ni para las represalias indiscriminadas. Hoy más que nunca debemos decirlo con claridad: la guerra no es el camino.

Y no lo es por muchísimas razones; en las guerras solo algunos ganan; en las guerras, el mundo y sus nuevas generaciones aprenden que la violencia es la respuesta; en las guerras, las familias se separan y se vuelven estadísticas frías e inhumanas. A lo largo de la historia hemos sido testigos de innumerables guerras en las que las sociedades pierden y los pueblos se enemistan.

En este contexto, México no puede ni debe ser un espectador pasivo. Somos parte de una comunidad internacional que comparte valores, principios y responsabilidades. Históricamente, nuestro país ha defendido la solución pacífica de los conflictos, el respeto a la soberanía de las naciones y el diálogo como vía principal para resolver disputas. Esa tradición debe mantenerse firme.

Pero más allá de lo político, el impacto económico del actual conflicto en Oriente Medio es innegable. Las tensiones ya empezaron a reflejarse en los mercados globales, especialmente en el precio del petróleo. Irán, Arabia Saudita, Israel y otros actores clave se encuentran en una región responsable de gran parte del suministro mundial de crudo, pues solo allí se genera más del 20 por ciento del petróleo total que el planeta demanda. Cuando la guerra amenaza los flujos energéticos, el precio del barril sube.

México, aunque es productor de petróleo, es también importador de combustibles y depende fuertemente de las cadenas globales de suministro. Esto significa que el conflicto en Oriente Medio tendrá consecuencias directas en nuestra economía: aumento en los precios de los combustibles, encarecimiento de alimentos y transporte, afectaciones en la inflación y mayor presión sobre los hogares, en especial los de más bajos ingresos.

Además, la incertidumbre en los mercados puede generar inestabilidad financiera, afectar el tipo de cambio del peso frente al dólar, frenar la inversión extranjera y complicar la planeación presupuestal del Estado. En resumen, lo que ocurre a miles de kilómetros puede impactar de manera muy real y concreta a nuestras familias, a nuestras empresas y a nuestra economía.

Ante esta realidad, es necesario llamar a la pacificación del mundo; es necesario mandar un mensaje contundente ante el panorama actual de incertidumbres y evolución atípica, pues cada día tenemos una herramienta tecnológica nueva, una forma de economía global distinta, algún medio de comunicación en desarrollo… en fin, nuestro planeta experimenta modificaciones evolutivas con una velocidad asombrosa a la que debemos adaptarnos rápidamente. México se encuentra siempre atento a todos estos cambios, pero también a que los pueblos y el mundo se entiendan en un entorno de paz.

Por ello, nuestro país debe ser un firme defensor de la paz, del respeto al derecho internacional humanitario y de los esfuerzos multilaterales para detener esta escalada antes de que alcance proporciones irreversibles. La voz de México tiene que sonar fuerte, clara y comprometida: ni con la guerra ni con la indiferencia. Con la diplomacia, la paz y el interés de nuestra gente.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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