
Antilogía
La pugna tecnológica China-EU
La competencia entre Estados Unidos (EU) y China en el ámbito tecnológico constituye uno de los ejes centrales de la política internacional contemporánea. Más allá de los conflictos militares o las tensiones comerciales, la disputa tecnológica refleja la lucha por el poder en un mundo donde la innovación científica, la capacidad industrial y el control de la información definen la jerarquía global.
Durante décadas, EU mantuvo un liderazgo casi incuestionable en el terreno de la alta tecnología. Silicon Valley simboliza el dinamismo de su modelo económico, basado en la iniciativa privada, la atracción de talento global y la cooperación entre universidades, centros de investigación y empresas.
Sin embargo, desde principios del siglo XXI, China emergió como un competidor formidable. El Estado chino, consciente del valor estratégico de la innovación, ha impulsado una política de inversión masiva en investigación y desarrollo, apoyando a conglomerados nacionales como Huawei, Tencent, Alibaba o ByteDance, que hoy tienen presencia internacional.
Uno de los campos más disputados es la inteligencia artificial (IA). Washington conserva ventajas en el desarrollo de algoritmos y en el ecosistema de empresas líderes, mientras que China apuesta por la aplicación de la IA a gran escala en sectores como seguridad pública, comercio electrónico o gestión urbana. El gobierno de Pekín planteó como meta convertirse en la primera potencia mundial en inteligencia artificial para 2030, lo que evidencia la importancia estratégica que concede a esta tecnología.
La competencia también se centra en los semiconductores, considerados el recurso crítico de la economía digital. Estados Unidos domina los segmentos de diseño y software, además de controlar los principales nodos de producción a través de aliados estratégicos como Taiwán (TSMC) y Corea del Sur (Samsung).
En contraste, China, aunque es el mayor consumidor de chips del mundo, depende en gran medida de importaciones. Las restricciones impuestas por Washington a la exportación de semiconductores avanzados hacia empresas chinas buscan frenar su desarrollo, mientras que Pekín invierte miles de millones de dólares para crear una industria nacional capaz de reducir esa dependencia.
Las telecomunicaciones representan otro frente de tensión. El despliegue global de las redes 5G colocó a Huawei en el centro de la controversia. Aunque la empresa china ofrecía soluciones tecnológicas competitivas, EU promovió su exclusión en varios mercados, advirtiendo a sus aliados sobre riesgos potenciales de seguridad. Este episodio reflejó que, más allá de la eficiencia económica, la infraestructura digital se percibe como un componente esencial de la seguridad nacional.
El espacio digital también es terreno de disputa. La popularidad de TikTok en Estados Unidos y otros países occidentales generó cuestionamientos sobre la protección de datos y la posible influencia del Gobierno chino en la plataforma. Al mismo tiempo, el ecosistema digital chino se encuentra cerrado a competidores extranjeros: Google, Facebook y Twitter no operan en China, lo que ha permitido el desarrollo de plataformas locales bajo un marco regulado por el Estado.
El trasfondo de esta rivalidad remite a modelos de innovación distintos. El estadounidense, que privilegia la iniciativa privada, la competencia y la atracción de talento, frente al de China, donde el Estado orienta las prioridades tecnológicas, regula el acceso a la información y utiliza su vasto mercado interno como campo de experimentación.
Ambos esquemas tienen ventajas: el primero ofrece flexibilidad y creatividad; el segundo garantiza continuidad estratégica y una capacidad de inversión difícil de igualar.
Para México y el resto del mundo, la disputa genera tanto riesgos como oportunidades. Algunos países pueden beneficiarse de inversiones, transferencia de conocimiento y acceso a nuevas tecnologías, mientras que otros enfrentan la presión de alinearse con uno de los dos polos. El escenario de una “guerra fría tecnológica” no puede descartarse, con estándares, plataformas y cadenas de suministro fragmentadas a nivel global.
En suma, la batalla tecnológica entre Estados Unidos y China trasciende la competencia comercial. En ella se juega el control de las infraestructuras críticas del siglo XXI, desde la inteligencia artificial hasta las telecomunicaciones y los semiconductores. Aquel que logre imponer su liderazgo no sólo dominará la economía digital, sino que definirá las reglas y los valores que orientarán el orden mundial en las próximas décadas.
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