Hola Paisano

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Migración expulsada, economía paralizada

Por Daniel Lee

Ciudad de México 16 Agosto 2025.- Estados Unidos vive una paradoja que contrasta cualquier narrativa triunfalista: mientras presume crecimiento y competitividad, pierde a quienes lo sostienen desde los campos, las obras y los restaurantes. Desde enero de 2025, más de 1.2 millones de trabajadores migrantes han quedado fuera de la fuerza laboral, consecuencia directa de una política de deportaciones masivas que, bajo la administración Trump, se ha convertido en un golpe autoinfligido a la economía.
El impacto es inmediato y visible. En la agricultura, la fuerza laboral cayó 6.5% en apenas cuatro meses, lo que significó la desaparición de 155 mil empleos y un encarecimiento acelerado de los alimentos. Los precios de las verduras frescas superan ya el 8% de inflación anual, y la carne se encarece a una tasa del 7%. No es un fenómeno técnico: es el reflejo de campos sin trabajadores y de cadenas de producción interrumpidas.

Y aquí es donde la comunidad mexicana ocupa un lugar central. De los 11 millones de migrantes indocumentados que viven en Estados Unidos, cerca de 5 millones son mexicanos, muchos de ellos empleados en el campo, las cocinas y la industria de la construcción. Se estima que más de la mitad de los trabajadores agrícolas en EE.UU. son de origen mexicano, lo que hace aún más evidente el absurdo: deportarlos no libera empleos para estadounidenses, sino que paraliza cadenas productivas completas.
Por otra parte, la construcción, dependiente de manos migrantes, resiente un retroceso que compromete la vida cotidiana de millones. En el noreste, los permisos de edificación se redujeron en 17%, y en estados como Texas, Florida y California —donde la migración es columna vertebral de la industria— el empleo sigue en picada. En términos simples: menos trabajadores significan menos casas, más escasez y mayor presión sobre una crisis habitacional que ya asfixia a la clase media.

El turismo y la hostelería tampoco escapan. Su crecimiento se limita a un 0.2% en regiones con alta concentración de migrantes, un estancamiento que golpea a pequeños y medianos negocios que dependen de la estabilidad de la mano de obra migrante.

Las voces de alerta no vienen solo de activistas. Vanessa Cárdenas, de America’s Voice, sintetiza lo evidente: esto no es una política migratoria, es un sabotaje económico. Y Chris Gibbs, líder de Rural Voice USA, advierte que la caída en el sector agrícola debería empujar a la Casa Blanca a abrir un debate serio sobre la reforma migratoria.

Lo que ocurre en Estados Unidos trasciende sus fronteras. La salida forzada de migrantes reconfigura los vínculos con América Latina: reduce el envío de remesas, desestabiliza comunidades de origen y obliga a gobiernos como el de México a enfrentar el regreso de miles de personas sin oportunidades de reinserción laboral. La interdependencia es evidente: lo que Trump presenta como una “victoria nacional” se traduce en mayor vulnerabilidad regional.

La lógica que guía estas medidas es profundamente contradictoria. Deportar no protege empleos ni barata la vida: expulsa trabajadores clave y encarece productos básicos para todos. Es un espejismo político que erosiona tanto la economía doméstica como la posición internacional de Estados Unidos.

El desenlace es claro: en su empeño por levantar muros humanos, Trump está minando las bases económicas de su propio país. Y con ello, confirma que la verdadera factura de las deportaciones no la pagan los migrantes deportados, sino la sociedad estadounidense entera.

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