
Hola Paisano
El Odio Como Política
Ciudad de México, 7 Julio 2025.- En apenas seis meses, más de 123 mil personas han sido detenidas, muchas de ellas sin antecedentes penales y en espacios que solían ser considerados “santuarios humanos” como escuelas, hospitales o iglesias. Estos lugares, históricamente protegidos de las redadas, hoy son blancos directos en un país donde la maquinaria migratoria opera sin límites ni pudor.
Lejos de matizar su narrativa, el presidente Trump y su gabinete han intensificado los discursos de odio racial y xenofobia, legitimando prácticas de persecución a gran escala. Frases como “vamos a sacar a criminales disfrazados de refugiados”, pronunciadas tanto por Trump como por su Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, se han convertido en el nuevo lenguaje oficial.
El caso de Noem es particularmente grave: no solo ha replicado la retórica antiinmigrante, sino que ha participado activamente en redadas migratorias, enviando un mensaje claro de que la brutalidad es política de Estado.
Este discurso no se queda en el ámbito institucional. Ha reactivado a grupos supremacistas y neonazis que, ahora más que nunca, sienten que tienen licencia para actuar.
El Southern Poverty Law Center (SPLC) reporta que el Ku Klux Klan ha crecido un 25% desde la reelección de Trump. Los Proud Boys, lejos de replegarse, han intensificado su presencia en espacios públicos, portando símbolos de odio y promoviendo teorías de la “gran sustitución”, esa narrativa conspirativa que culpa a los migrantes del deterioro económico y cultural de Estados Unidos.
En redes como Gab y Telegram, estas ideas se esparcen con fuerza. Según la Liga Antidifamación (ADL), los mensajes de contenido xenófobo han aumentado 70% desde finales de 2024, alimentando una espiral peligrosa que combina política, odio y desinformación.
El racismo cotidiano como norma. Así parece. Este nuevo clima político ha tenido un impacto devastador en la vida cotidiana de millones de latinos en Estados Unidos, incluidos ciudadanos estadounidenses de origen mexicano o centroamericano. Ser latino hoy, en amplias zonas del país, es vivir bajo sospecha constante.
Casos de discriminación se han multiplicado en escuelas, centros de trabajo, y en interacciones comunes como comprar en un supermercado. El racismo se ha normalizado. Muchos agresores se sienten respaldados por un gobierno que ha dejado claro de qué lado está.
Frente a esta ofensiva, una red de resistencia social y legal comienza a tejerse. La American Civil Liberties Union (ACLU) ha presentado más de 70 demandas por violaciones a derechos humanos, mientras que organizaciones como el SPLC y la ADL trabajan incansablemente para documentar cada abuso, cada redada ilegal, cada política discriminatoria.
El Consejo Nacional de La Raza lidera campañas de asesoría legal gratuita y movilizaciones en ciudades clave como Chicago, Los Ángeles y Nueva York. En Washington, líderes religiosos, católicos, judíos y musulmanes, han alzado la voz para denunciar que la política migratoria de Trump es inmoral y destructiva.
La socióloga Cecilia Castañeda lo resume con claridad: “Oponerse a esta ola de racismo institucional no es solo una opción moral, es una responsabilidad ciudadana. Quedarse callados equivale a ser cómplices.”
¿Un país al borde de la fractura?
Estados Unidos enfrenta hoy una peligrosa encrucijada histórica: permitir que la persecución y el odio se conviertan en política estructural o defender, incluso desde el disenso, los principios que alguna vez definieron su democracia.
El costo humano ya es alto y sigue creciendo. Las voces que resisten son muchas, pero el aparato estatal que persigue es brutal y avanza sin freno.
El dilema está sobre la mesa: ceder ante el miedo o luchar por la dignidad. Usted que opina estimado lector…
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ABRAZO FUERTE