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Lectura: Juventudes de hoy: rebeldía digital y desencanto político
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COLUMNAS

Juventudes de hoy: rebeldía digital y desencanto político

Deyli Perera
Última actualización: 13 noviembre, 2025 9:57 am
Deyli Perera
Publicado: 13 noviembre, 2025
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Hay una frase que se repite generación tras generación: “los jóvenes de ahora ya no son como los de antes”. Lo decían los abuelos sobre los padres, y los padres sobre sus hijos. Pero hoy, en la era de la hiperconectividad y las redes sociales, esta afirmación adquiere un matiz completamente distinto. La llamada generación Z, nacida entre finales de los noventa del siglo XX y mediados de los años dos mil, no solo vive en un mundo diferente: habita una nueva realidad social, política y emocional.

A diferencia de las generaciones anteriores, estas y estos jóvenes crecieron en medio de crisis múltiples (económica, ambiental, política, sanitaria y de confianza institucional). No recuerdan un mundo sin internet ni sin redes sociales, y han aprendido a formarse opinión a través de TikTok, Twitter o Instagram, más que por los medios tradicionales. Esto transformó radicalmente la manera en que perciben y participan en la política.

Para las y los jóvenes de hoy, la política tradicional huele a burocracia, intereses viejos y discursos vacíos. No se identifican con los partidos ni con los liderazgos de siempre. Pero eso no significa que sean apáticos, pues su compromiso se expresa en formas nuevas. Marchan por el cambio climático, alzan la voz por la igualdad de género, por los derechos LGBTTTIQA+, por la salud mental y la justicia social. Lo hacen desde plataformas digitales, donde un hashtag puede movilizar más conciencias que un mitin partidista. Su militancia no requiere credencial ni uniforme; basta con un teléfono y una causa.

Paradójicamente, esta generación tan informada es también profundamente desconfiada. No cree fácilmente en líderes, pero sí en valores. Tampoco se deja engañar por oportunistas ni por personajes que la pretendan utilizar. Confía más en las comunidades que construyen en línea que en las instituciones que gobiernan.

El problema es que su activismo, tan rápido y viral, a veces carece de estructura y permanencia. Las causas se encienden con fuerza, pero también se diluyen con la misma velocidad con que se actualiza el algoritmo. Las redes sociales democratizaron la voz, pero también redujeron la profundidad del debate. En lugar de construir ideologías, muchas veces se construyen tendencias. En lugar de partidos, se siguen influenciadores.

Sin embargo, sería un error ver esto solamente como una debilidad. La generación Z redefinió el concepto participación política; ya no se trata de pertenecer a un partido o asistir a una asamblea, sino de ejercer ciudadanía activa desde la vida cotidiana. El consumo, el lenguaje, el humor, la moda y hasta el entretenimiento se vuelven actos políticos.

Cada elección —qué compartir, qué boicotear, qué apoyar— se convierte en una forma de expresión pública. Hemos sido testigos de campañas orgánicas en pro o en contra de marcas, incluso transnacionales, que se vieron obligadas a ofrecer disculpas o redirigir sus campañas, porque subestimaron el poder que esta generación tiene a través de las redes sociales.

La generación Z también exige coherencia. No tolera el doble discurso ni el cinismo institucional. Las juventudes de hoy quieren autenticidad, transparencia y acción real. Cuando una figura pública miente o se contradice, lo saben al instante y lo exponen sin piedad. En ese sentido, su mirada crítica puede ser el antídoto ante la manipulación y la propaganda.

Pero su desafío más grande será transformar su energía digital en poder real. Convertir el post en propuesta; el trend, en política pública; el like, en voto consciente. Si logran dar ese paso, podrían ser la generación que devuelva el sentido y propósito a la democracia. Si no, corren el riesgo de quedarse en la trampa de la superficie brillante de la pantalla, donde todo parece importar y nada cambia de verdad.

Al final, las y los jóvenes de hoy no son menos comprometidos que los de antes. Son distintos: más rápidos, más críticos, más impacientes y, sobre todo, más conscientes del mundo que heredan. Su rebeldía no se grita desde las plazas, sino desde las redes; su revolución no es con fusiles, sino con información. Puede que no entiendan la política como la entendían sus abuelos, pero en sus manos —y en sus pantallas— está el reto de reinventarla para el siglo XXI.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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