En México, existe una increíble ola avasalladora: la juventud. Misma que constituye una de las fuerzas más dinámicas y transformadoras de nuestra vida pública.
Por ello, desde este movimiento de transformación, hemos sostenido un principio irrenunciable, a las y los jóvenes no se les utiliza ni se les manipula; se les forma, se les acompaña y se les empodera. La instrumentalización política de la juventud, sea con fines electorales, facciosos o de confrontación, niega la dignidad de quienes representan el porvenir de la patria. Frente a ello, nuestra responsabilidad es construir espacios reales de aprendizaje, deliberación y participación.
Nosotros desde hace ya un tiempo, pero específicamente desde esta nueva encomienda, hemos impulsado una agenda permanente de formación y capacitación dirigida a estudiantes, mujeres, liderazgos comunitarios y juventudes organizadas.
Estos esfuerzos no buscan adoctrinar, sino dotar de herramientas técnico-políticas, de análisis constitucional, de capacidades de liderazgo y de lectura crítica de la realidad nacional. La formación política, cuando es seria, rigurosa y ética, no opera como mecanismo de control, sino como motor de autonomía y conciencia cívica.
Prueba de ello es el foro universitario del que fuimos partícipes hace apenas unos días, dirigido a estudiantes de la Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas. Ahí discutimos temas de diseño institucional, procesos legislativos, principios del constitucionalismo mexicano, derechos humanos y participación ciudadana.
Buscamos que la juventud comprenda no solo el funcionamiento del Estado, sino el papel que pueden desempeñar en su transformación. Estos espacios no son eventos aislados; forman parte de una política sistemática de acercamiento y construcción colectiva con las nuevas generaciones.
Asimismo, reconocemos que la democracia no se limita al voto, pues implica participación informada, diálogo y responsabilidad social. Por eso es indispensable señalar, con claridad y sin ambigüedades, que siempre rechazaremos, categóricamente los actos violentos en cualquier manifestación, vengan de donde vengan.
La violencia nunca puede ser la vía para procesar demandas legítimas ni para disputar espacios públicos. Este proceso de transformación nació como un movimiento pacífico y seguirá siéndolo, la fuerza moral de la razón y del diálogo siempre será más poderosa que cualquier intento de provocación o confrontación.
Defender la protesta pacífica no significa tolerar la manipulación ni permitir que grupos ajenos a las causas sociales utilicen a las y los jóvenes como instrumento de choque, nuestro deber es blindar su integridad, garantizar su derecho a expresarse y, al mismo tiempo, preservar el carácter civil, ordenado y democrático de cualquier movilización pública.
Como ejemplo podemos alegar, que nosotros llegamos al poder público, luego de un largo proceso de luchas y derechos conquistados, pero que siempre lo hicimos por la vía pacífica. La izquierda que representamos se sostiene en la paz, en la deliberación y en la convicción de que las ideas se defienden con argumentos, no con agresiones.
Creemos profundamente en la juventud porque vemos en ella el mayor potencial de transformación de nuestro estado y del país, por eso contribuimos a su formación, la escuchamos y la respetamos. La política digna se construye con conciencia, no con manipulación; con futuro, no con oportunismo. Esa es, y seguirá siendo, nuestra definición ética.

