
Percepción Personal
El Papa Francisco antes de entregarse a Dios
Hay hombres que nacen para desafiar la historia, para quebrar el rumbo establecido y reescribir el destino con la tinta de su propia voluntad. Jorge Mario Bergoglio, mucho antes de ser el Papa Francisco, fue uno de esos hombres. Antes de levantar su voz desde el balcón de San Pedro, antes de ser el primer pontífice latinoamericano, antes de conquistar corazones con su humildad, fue un joven apasionado, un trabajador incansable y un hombre con los pies bien plantados en la tierra.
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en Buenos Aires, Jorge Mario era el hijo mayor de una familia de inmigrantes italianos. Su padre, Mario Bergoglio, trabajaba como contador en el ferrocarril; su madre, Regina, se encargaba del hogar y la crianza de cinco hijos. Desde pequeño, la disciplina y la responsabilidad fueron pilares en su vida. No hubo lujos ni comodidades excesivas, pero sí valores inquebrantables.
Cuando el destino le propinó su primer golpe, con una infección pulmonar que le costó parte de un pulmón, en lugar de debilitarse, fortaleció su espíritu. Era apenas un adolescente cuando conoció el significado del sufrimiento y la fragilidad de la vida. Tal vez fue entonces cuando comprendió que su camino no estaría hecho de facilidades, sino de lucha.
Vocación y juventud de un Papa
Su juventud no fue la de un seminarista precoz. Lejos de eso, Bergoglio trabajó como técnico químico en un laboratorio y fue portero en un establecimiento para sostenerse. Su camino se forjaba en las calles de Buenos Aires, entre la gente, en el sudor del trabajo diario y en la sabiduría que solo se obtiene cuando uno se ensucia las manos. Fue también en ese tiempo cuando descubrió su amor por la literatura, quedando marcado por autores como Jorge Luis Borges y Fiódor Dostoievski.
Se dice que en su juventud tuvo un romance antes de decidirse por el sacerdocio, aunque no hay registros claros sobre la veracidad de esa historia. Él mismo reconocería que su corazón vaciló entre el amor humano y el llamado divino. Y entonces, una mañana de primavera, entró en una iglesia para confesarse. Fue en ese instante, en el silencio de su reflexión, cuando todo cambió. “Aquí es donde debo estar”, se dijo.
La vocación lo llevó a la Compañía de Jesús. A los 21 años ingresó al noviciado y comenzó el riguroso camino de formación de los jesuitas. Su mente inquisitiva y su espíritu rebelde lo destacaron desde el inicio. No se conformaba con la teoría: quería entender, debatir, desafiar dogmas cuando lo consideraba necesario. Se graduó en filosofía y más tarde en teología, combinando su amor por el conocimiento con una fe cada vez más arraigada.
Un liderazgo silencioso en tiempos oscuros
En los turbulentos años setenta, cuando Argentina se desangraba en un conflicto político y social, Bergoglio se convirtió en provincial de los jesuitas. Su liderazgo fue clave, aunque no exento de polémica. Protegió a muchos perseguidos, pero su posición frente a la dictadura le valió críticas. No era un hombre de consignas vacías ni de discursos altisonantes. Su lucha era silenciosa, pero efectiva.
Tras un tiempo de retiro en Córdoba, dedicado a la oración y a la reflexión, volvió a Buenos Aires con una madurez distinta. Se convirtió en arzobispo y luego en cardenal, pero nunca perdió su esencia. Prefería viajar en colectivo, evitaba las ceremonias ostentosas y pasaba las noches visitando villas miseria para escuchar a los olvidados. Su sencillez contrastaba con las estructuras del poder eclesiástico, pero esa misma actitud le ganó el corazón de millones.
El 13 de marzo de 2013, la historia lo llamó a ocupar el trono de Pedro. Cuando su nombre fue anunciado, pocos imaginaban que aquel hombre que alguna vez limpió pisos y atendía puertas se convertiría en el Papa Francisco. Y, sin embargo, ahí estaba, con su sonrisa serena, con su “buonasera” sencillo, marcando el inicio de una nueva era.
Un papado con rostro humano
Porque antes de predicar la palabra de Dios, Francisco vivió la dureza del mundo. Antes de ponerse el anillo del pescador, trabajó con sus manos. Antes de hablar de humildad, la practicó en carne propia. Su historia no es la de un monje aislado, sino la de un hombre que surcó las sombras para luego abrazar la luz.
Y quizá, si el tiempo le llega a cobrar su deuda, su legado no será solo el de un Papa, sino el de un hombre que caminó entre nosotros con la firme convicción de que la fe se construye, ante todo, con el corazón abierto y las manos dispuestas a servir.
Hoy, 21 de abril de 2025, falleció el Papa Francisco en el Vaticano, a los 88 años de edad. Su muerte marca el final de uno de los pontificados más significativos y transformadores en la historia contemporánea de la Iglesia Católica. Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano y el primer jesuita en ocupar el trono de San Pedro, deja un legado profundamente marcado por la humildad, la lucha por la justicia social y el intento constante de acercar la Iglesia a los más pobres y marginados.
El adiós al Papa Francisco
Francisco murió tras un periodo de salud delicada, durante el cual ya se habían limitado sus apariciones públicas. Según el comunicado oficial del Vaticano, el deceso ocurrió de manera tranquila, acompañado por miembros de su círculo más cercano. El portavoz de la Santa Sede confirmó que el cuerpo será velado en la Basílica de San Pedro, donde ya han comenzado a llegar miles de fieles para rendirle homenaje.
Con su muerte, se activa el protocolo conocido como Universi Dominici Gregis, que regula el período de sede vacante y la convocatoria del Cónclave para elegir al nuevo pontífice. Se espera que los cardenales sean convocados en los próximos días.
Francisco fue elegido Papa el 13 de marzo de 2013 y su pontificado duró poco más de 12 años. En ese tiempo, publicó tres encíclicas, encabezó reformas significativas en la estructura de la Curia Romana y enfrentó con firmeza temas sensibles como los abusos sexuales dentro de la Iglesia, la crisis migratoria y el cambio climático. Su encíclica Laudato si’ (2015) sigue siendo considerada un texto de referencia en la discusión ambiental global.
Un legado imborrable
Nacido en Buenos Aires, en un hogar sencillo, Bergoglio fue cardenal de esa ciudad antes de ser elegido Papa. Su estilo pastoral, directo y empático, se tradujo en gestos como vivir en la residencia de Santa Marta en lugar del tradicional Palacio Apostólico, y visitar cárceles, hospitales y zonas de guerra, siempre en defensa de los olvidados.
Su partida deja un vacío notable en la Iglesia, pero también una impronta imborrable. Como él mismo dijo en su primera aparición como Papa: “Recen por mí”. Hoy, millones en el mundo lo hacen, en agradecimiento por una vida entregada al servicio, al diálogo y a la fe con rostro humano.