
Percepción Personal
Refugio de Delincuentes
Epigmenio Ibarra, productor y comentarista cercano al oficialismo mexicano, ha sido un vocero constante de narrativas que buscan confrontar a los adversarios del régimen de la Cuarta Transformación, muchas veces desde un discurso maniqueo y reduccionista.
En distintas ocasiones ha acusado a España de ser un “refugio de delincuentes mexicanos”, en clara alusión a figuras políticas como Carlos Salinas de Gortari, Tomás Zerón o incluso el empresario Alonso Ancira, quienes encontraron cobijo —temporal o prolongado— en suelo español. Bajo esta lógica, España ha sido presentada como un espacio permisivo, casi cómplice, con la evasión de la justicia mexicana, lo cual alimenta una narrativa de impunidad internacional y soberanía vulnerada.
No obstante, esta crítica, pronunciada desde trincheras ideológicas, carece de consistencia a la luz de los acontecimientos recientes. Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, ha iniciado el trámite para obtener la nacionalidad española, apelando al derecho de descendencia, precisamente del país al que exigió en 2019 —junto con su esposo— una disculpa formal por la Conquista y los abusos cometidos en el siglo XVI.
Esta exigencia, que desató tensiones diplomáticas con Madrid y fue percibida como un acto anacrónico y simbólicamente hostil, contrasta con la decisión personal de integrarse jurídicamente a esa misma nación. El país que ayer fue presentado como verdugo histórico y santuario moderno de corruptos, hoy es, sin rubor alguno, una alternativa deseable para estrechar lazos familiares y ejercer derechos de ciudadanía.
Esta incoherencia desnuda el cinismo del discurso oficial: cuando conviene, España es símbolo de opresión y refugio de prófugos; cuando conviene más, es tierra de derechos, cultura y oportunidades. El doble rasero es evidente y revela una de las prácticas más nocivas del relato gubernamental: la moral selectiva.
Si España representa un problema, ¿cómo justificar que la primera dama del país, quien incluso reclamó reparación simbólica por agravios coloniales, busque integrarse a su estructura institucional como ciudadana?
La respuesta institucional ha sido el silencio, un silencio cómplice y estruendoso que delata la ausencia de principios rectores en la conducción pública. Además, este episodio profundiza la percepción de que hay dos Méxicos: el del ciudadano común, que debe enfrentar un sistema judicial desigual y una diplomacia errática, y el del círculo presidencial, que puede permitirse privilegios internacionales sin el menor asomo de crítica interna.
No es la nacionalidad de Gutiérrez Müller lo que debe juzgarse, sino la incongruencia moral de quienes, desde la tribuna pública, reparten etiquetas y exigencias según convenga al relato político del momento.
La política exterior, la diplomacia y el respeto al Estado de derecho no pueden estar sujetos al vaivén de opiniones ideológicas ni a los caprichos de la narrativa histórica, sino cimentados en principios consistentes, racionales y éticamente sostenibles.
En este caso, el uso faccioso del discurso contra España y su posterior contradicción no solo evidencian el deterioro del debate público en México, sino que muestran el grado de impunidad narrativa que se han arrogado los portavoces del régimen, donde la retórica se impone a la ética, y donde los aliados del poder se sienten exentos de las reglas que ellos mismos intentan imponer a los demás.
Nada mal estaría que se la negarán; ya veremos.