
Percepción Personal
¿Protesta vulgar? Hay niveles
La confrontación entre Melissa Cornejo, consejera de Morena en Jalisco, y Christopher Landau, exembajador de Estados Unidos en México y actual subsecretario de Estado, es el epítome de cómo una expresión mal canalizada puede desdibujar la legitimidad de una causa profundamente relevante.
En un intento de solidarizarse con las protestas migrantes en California, Cornejo publicó un mensaje en redes sociales con una alta dosis de vulgaridad —“Viva la raza y métanse mi visa por el culo”— que no solo desvirtuó el fondo de su postura, sino que le restó toda credibilidad política y abrió el camino a una reacción diplomática tajante por parte de Washington.
La respuesta de Landau fue firme, elegante y perfectamente alineada con los protocolos internacionales: calificó la declaración de “vulgar” y “desproporcionada”, e incluso solicitó la revocación de su visa —la cual, para colmo de la mujer, no tiene, ni tendrá—, un gesto que, si bien puede parecer excesivo desde la óptica mexicana, se justifica plenamente en términos de defensa institucional de la política exterior estadunidense.
Pero el verdadero terremoto ocurrió dentro de Morena: lejos de respaldarla, el partido dejó que Cornejo cargara sola con las consecuencias, mostrándola como una ficha desechable de una estrategia de comunicación mal pensada. Su sensación de abandono —“me aventaron a los leones”— no es gratuita: Morena, obsesionado con controlar su imagen ante un gobierno federal al que urge reivindicarse, no puede permitirse choques diplomáticos innecesarios, y menos aún a partir de gestos que rayan en el ridículo, y con personajes fácilmente sustituibles. Si a Gerardo Fernández Noroña lo callaron en una mañanera y de confrontar al senador Eric Schmitt, tres Doritos después se le puso de tapete.
Con la torpeza imperdonable de Melissa Cornjeo, la propia Claudia Sheinbaum se vio obligada a deslindarse del tono utilizado y a recordar a sus cuadros que deben trabajar por la paz y no provocar a Estados Unidos, dejando claro que la línea de conducción internacional será mucho más cautelosa y pragmática.
Este episodio revela una doble derrota para Cornejo: perdió el respaldo de su partido y echó por tierra cualquier posibilidad de establecer un discurso disruptivo con contenido real. Porque, aunque el antiimperialismo sigue siendo una veta legítima de crítica en América Latina —por las intervenciones históricas, el condicionamiento económico y la injerencia política—, usarlo como pretexto para la grandilocuencia vulgar despoja al mensaje de su profundidad y lo transforma en espectáculo.
Mientras tanto, Landau —acostumbrado a lidiar con tensiones de mayor calado— no necesitó más que un par de frases medidas para imponer la narrativa de madurez frente a la estridencia.
La confrontación deja una lección brutalmente clara: en la arena política internacional no basta con indignarse; hay que saber traducir esa indignación en argumentos, en lenguaje estratégico y en propuestas que obliguen al interlocutor a responder con sustancia, no con desdén.
En lugar de incomodar a Estados Unidos, Cornejo incomodó a los suyos, exhibiendo una alarmante desconexión entre intención y forma. Su fracaso no es solo personal: es un síntoma de cómo la política mexicana, atrapada entre el populismo de redes y la falta de formación diplomática, sigue confundiendo la teatralidad con la eficacia.
Ahora, la dama dice que está pensando en abandonar a Morena. Que lo haga, ni falta les hace.