Percepción Personal

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“Vengamos pedos o no”, la descomposición institucional


La escena es grotesca y reveladora: Nathaly Chávez García, senadora suplente de Morena, tambaleante, con la lengua suelta y la soberbia empapada en alcohol, se enfrenta a elementos de tránsito en Oaxaca para gritar con descaro: “Les guste o no les guste, vengamos como vengamos, soy senadora”, y remata con la célebre perla de cinismo político: “Vengamos pedos o no, no pueden revisarnos”.

Esta declaración, más allá de su tono ebrio, exhibe el verdadero rostro de una clase política que ha convertido el fuero en una patente de corso, en un pase VIP para la impunidad. No estamos ante un desliz personal ni ante una simple “Lady” más en el folclor viral de la política mexicana: lo que Chávez García encarna es el fracaso moral del sistema de representación popular, una estructura que premia la obediencia partidista por encima de la integridad, la capacidad o la ética pública.

Su actitud desafiante no se limita a ignorar la ley, sino que se burla de ella; la frase “no pueden hacerlo porque somos senadores” demuestra una visión patrimonialista del cargo, como si la senaduría fuera un salvoconducto para violar normas con absoluta impunidad.

El hecho de que hasta ahora el gobernador Salomón Jara Cruz y las autoridades estatales mantengan un silencio sepulcral no solo amplifica la indignación, sino que confirma una tendencia nauseabunda: la protección institucional a los abusos de sus cuadros, incluso cuando éstos pisotean la ley en plena vía pública.

La crisis se agrava al recordar que Chávez no fue elegida por sí misma, sino como suplente de Luisa Cortés, pero eso no la exime de responsabilidad; al contrario, expone con claridad que el sistema de suplencias, tal como está diseñado, permite infiltrar en el poder a personajes sin el más mínimo compromiso ciudadano, cuyo único mérito es la cercanía con la cúpula partidista.

Este no es un problema de Morena en exclusiva, sino del sistema político que permite que la representación popular se pervierta en conveniencia de unos pocos. Lo intolerable es que la ciudadanía —la misma que votó creyendo en un proyecto de transformación— deba hoy observar cómo sus representantes se burlan de la ley que juraron respetar.

Y sí, por ellos se votó: pero por sus propuestas, no por sus excesos. La traición no es del elector; es de quien hace del voto un arma de arrogancia.

Mientras el Senado no inicie una investigación interna, mientras Morena no sancione a su suplente y mientras el sistema siga permitiendo que frases como “vengamos pedos o no” sean pronunciadas como declaración de principios, la democracia mexicana seguirá intoxicada, no de alcohol, sino de impunidad.

Les guste o no les guste.

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