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HOLA PAISANO

Daniel Lee Vargas
Última actualización: 10 agosto, 2025 10:42 am
Daniel Lee Vargas
Publicado: 9 agosto, 2025
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Fort Bliss, el laboratorio de la detención masiva en Estados Unidos

Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México, 9 Agosto 2025.- No pierda de vista esto, porque el próximo 17 de agosto, Estados Unidos pondrá en marcha el que será, al menos por ahora, su mayor centro de detención de migrantes: un complejo de edificios de lona instalado dentro de la base militar de Fort Bliss, en las afueras de El Paso, Texas.
Con capacidad inicial para mil personas y un plan de expansión que quintuplicará esa cifra, este enclave no es solo una infraestructura —es un mensaje político.
La administración de Donald Trump lo presenta como parte de su “campaña de orden y seguridad”. Pero, en el lenguaje de la geopolítica migratoria, Fort Bliss es la piedra angular de un sistema que normaliza la detención masiva, la militarización de la frontera y la conversión del migrante en enemigo interno.
No se trata de improvisación: el Pentágono ya ha autorizado el uso de otras bases militares —Camp Atterbury en Indiana y McGuire Dix-Lakehurst en Nueva Jersey—, e incluso ha continuado el controvertido envío de personas migrantes hacia la base naval de Guantánamo, en Cuba.
El contexto es aún más inquietante. Un informe publicado esta semana por la oficina del senador Jon Osoff documenta al menos 500 casos de abusos contra personas bajo custodia del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) desde que Trump asumió la presidencia el 20 de enero. Entre ellos, 41 denuncias de abuso físico y sexual, 14 casos de maltrato a mujeres embarazadas y 18 a menores de edad. La mayoría ocurrieron precisamente en Texas, epicentro de la actual política de contención.
Fort Bliss simboliza una nueva fase: la institucionalización de la detención como herramienta de control migratorio, con el sello logístico y cultural del complejo militar-industrial estadounidense. La elección de una base militar no es casual. En este entorno, el migrante no es visto como sujeto de derechos, sino como una variable operativa en un esquema de “seguridad nacional” que permite invisibilizar violaciones a derechos humanos bajo protocolos castrenses.
Desde una perspectiva internacional, este modelo sienta un precedente peligroso. Si Estados Unidos, país que se presenta como defensor global de las libertades, consolida campos de detención de esta escala y naturaleza, legitima que otros Estados —democráticos o no— adopten estructuras similares para manejar flujos migratorios. El efecto dominó puede ser para los estándares internacionales de protección de refugiados y solicitantes de asilo.
Mientras tanto, el discurso oficial repite la narrativa de “capacidad” y “eficiencia”. Pero detrás de las cifras, hay historias de separación familiar, vulneración sistemática de derechos y una peligrosa convergencia entre política migratoria y doctrina militar.
Fort Bliss no es solo un centro de detención; es un laboratorio político donde se ensaya el futuro de la movilidad humana en el continente.
La pregunta es, si la comunidad internacional, y la propia sociedad estadounidense, permitirán que este experimento se convierta en política permanente. Porque cuando un país normaliza la detención masiva, el problema ya no está en sus fronteras: está en sus valores.


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