Japón, una nación tradicional (3)
Día 6. Hiroshima Rumbo a Hiroshima se salió del hotel en autobús, luego se abordó el Shinkansen -tren bala- para en sólo 1 hora y 20 minutos, llegar desde la estación Shin-Osaka a la estación Hiroshima.
Antes de abordar el autobús nos recibió un atribulado Forest, nombre del joven guía japonés que asistía al turco Murat. Nos anunció en inglés, traducido por algunas de las integrantes del grupo, que el turco se había quedado en el baño del tren, por lo que él nos conduciría a la isla Miyajima, cercana a Hiroshima.
Al llegar al puerto de Miyajimaguchi se abordó un ferry que nos introdujo a la isla Miyahima, desde cubierta pudimos admirar la enorme puerta sagrada torii, de 16 metros de altura, con 60 toneladas de peso, que se cree proviene del año 593, aunque no hay confirmación de su existencia hasta 811.
La puerta torii gigante flotando en el agua está a 212.7 metros del Santuario Itsukushima, –nombre oficial también de la isla–, ambos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La isla es conocida popularmente como Miyajima, cuya traducción es isla del Santuario.
El complejo del santuario es enorme, tiene la forma de embarcadero y está sobre el agua, se conforma de 37 edificios, y en los alrededores 19 edificios más. El santuario principal está dedicado a las deidades del mar: Ichikishmahime no Mikoto, Tagorihime no Mikoto y Tagitsuhime, asociadas al transporte, la fortuna y las artes. Fue fundado en el año 593, bajo la orden del clan Saeki.
El santuario mantiene el estilo arquitectónico Shinden-zukuri, típico del periodo Heian (794- 1185 d.C,) de las mansiones de la aristocracia japonesa. También es de color bermellón, siguiendo la creencia de que ese color aleja los malos espíritus.
Al acceder al primer pasillo sobre el agua, llamado Higashi Kairo, se llegó al salón de purificaciones del santuario principal, nos acercamos a la fuente de agua temizuya y practicamos el temizu, nombre que se da al rito de eliminar las impurezas físicas y espirituales antes de entrar a un santuario sintoísta, consistente en usar un cucharón de bambú para lavarse manos y boca antes de acercarnos a las deidades.
Salimos en Ferry de Miyajima, y una vez en el autobús, el guía japonés Forest, preocupado por no poderse comunicar con el grupo de mexicanos, pues no hablaba español, tuvo que idear cómo, y le salió lo milenial.
Escribió en su móvil las indicaciones en inglés y en una traducción al español de España, una voz de mujer reproducía sus indicaciones y la bocina del autobús las amplificaba. Un Forest feliz dijo: funcionó la tecnología, en inglés: “the technology worked”. Y, sonriente, levantó los pulgares.
Así fue como anunció que el próximo punto del recorrido sería el Museo histórico de la Paz de Hiroshima, a unos 26 kilómetros de distancia. Nuestro guía turco, luego de 5 horas perdido, se reincorporaría en ese lugar.
Museo Memorial de la Paz de Hiroshima
Entrar a este museo significó conocer testimonios de la devastación que sembró la primera bomba atómica lanzada por Estados Unidos en contra de la población civil de Hiroshima, 80 años atrás, el 6 de agosto de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial.
El edificio es parte del Parque Conmemorativo de la Paz, donde existe un memorial y una tumba donde se guardan cien mil nombres de las víctimas de la ofensiva nuclear, aunque se calcula provocó 140 mil muertes, 80 mil inmediatas y el resto después.
Un edificio ruinoso se conserva como vestigio de la destrucción que sembró en segundos el artefacto nuclear llamado en forma absurda Little boy, cerca de un kilómetro cuadrado del centro de la ciudad fue arrasado por la radiación que alcanzó los 7 mil grados Fahrenheit.
El Museo narra la dolorosa historia de horror con fotografías testimoniales del genocidio: “sombras nucleares” de personas desaparecidas; las indescriptibles heridas de niños, adultos y ancianos sobrevivientes con desfiguraciones físicas, cánceres y traumas psicológicos que los estigmatizaron de por vida.
El día de nuestra visita un reloj electrónico ubicado a la entrada del Museo Conmemorativo de la Paz señalaba que habían transcurrido 29,267 días desde la primera caída de la bomba atómica en suelo japonés. Otro número, el 0496, indicaba los días que han pasado de la última prueba nuclear.
En medio del Parque se conserva una llama que permanecerá encendida mientras exista el uso de la energía atómica con fines bélicos.
Sólo tres días después de detonar la primera bomba atómica Estados Unidos lanzó la segunda, en Nagasaki. Seis días después, el emperador Hirohito notifica la rendición de Japón. Y con ello finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Lo visto llama a la reflexión: ¿El fin justificó los medios o los poderosos ganadores cometieron crímenes de guerra sin castigo?
De regreso, en Osaka, con compañeros de viaje de Aguascalientes y de la CDMX, comimos en la estación del tren bala Shin-Osaka, cercana a nuestro hotel, las famosas brochetas Kushikatsu, de carne, mariscos y verduras empanizadas y fritas.

