Una Historia que nos Conecta


La paz se premia, pero hoy carece de sentido

Hay un tema que no podemos dejar de lado, y más quienes vemos desde el humanismo, desde la izquierda y la transformación que esta representa, como no hay coherencia, no hay punto de comparación y en pocas palabras, como el premio nobel de la paz, hoy sufre un proceso de devaluación.

Muchos observamos con tristeza la profunda deriva que ha tomado esta distinción, aquello que nació como un reconocimiento a quienes, con sacrificio genuino, han tendido puentes entre los pueblos enfrentados, mitigado el sufrimiento humano o pugnado por detener guerras fratricidas, se ha deslizado hacia un galardón que responde más a presiones geopolíticas, coyunturas mediáticas o intereses diplomáticos, que a los auténticos méritos por la paz.

No es un cuestionamiento ligero, pues a lo largo del siglo XX y principios del XXI, vimos desfilar figuras y organizaciones cuya entrega inquebrantable salvaron millones de vidas:

La Cruz Roja Internacional, Médicos Sin Fronteras, La organización para la prohibición de las armas químicas, la campaña internacional para la prohibición de minas terrestres o Amnistía Internacional; o líderes que interpusieron su cuerpo entre el odio y la reconciliación, defensores del desarme nuclear y de los diálogos humanitarios.

Vimos verdaderos gigantes de la humanidad como La Madre Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Malala Yousafzai, Kofi Annan, El Dalai Lama, Martin Luther King, Nelson Mandela o Lech Walesa entre muchos otros, aquellos premios no eran concesiones, eran homenajes vivientes y reconocimiento a su aportación mundial, representaban la ética universal.

Sin embargo, hoy los comités parecen sucumbir a la inmediatez política, se premian figuras que apenas inician procesos, liderazgos cuya obra aún es hipotética o actores cuya influencia real en la pacificación de los pueblos es, cuando menos, debatible. Se ha pasado de reconocer décadas de lucha a celebrar promesas o gestos diplomáticos aún inconclusos, de honrar ejemplos de humanidad radical, a validar plataformas electorales o equilibrios de poder.

Desde la izquierda humanista, sostenemos que la paz no es mera ausencia de conflicto, es presencia de justicia, dignidad, distribución equitativa y defensa de los derechos humanos, la paz verdadera no es con cálculos electorales; se construye no con discursos ni tratados redactados a puerta cerrada, cuando el Nobel ignora a quienes arriesgan su vida por detener genocidios, por auxiliar migrantes o por salvar pueblos del olvido, pero eleva a quienes sólo enuncian agendas diplomáticas, moralmente, dejan mucho que desear.

En África, en Medio Oriente, en América Latina, existen mujeres y hombres que han desarmado guerras comunitarias, curado niños bajo bombardeos o documentado violaciones de derechos humanos mientras la comunidad internacional callaba y sin embargo, permanecen invisibles ante el ojo del premio más visible del planeta.
El Premio Nobel de la Paz, concebido para exaltar la ética y el humanismo, corre el riesgo de convertirse en un instrumento simbólico de legitimación política.

Hoy más que nunca, urge devolverle al premio su raíz: reconocer la paz como acto de valentía moral y no de conveniencia diplomática. Urge mirar hacia los más marginados y además afectados por la guerra, el hambre y la degradación económica, allí donde la humanidad sigue siendo defendida con manos desnudas, la política electoral, desde nuestro punto de vista, no es un tema para el premio nobel de la paz. Porque la paz, la verdadera paz, no se declama, se encarna, pero no tienen micrófonos ni tribunas y es a ellos a quienes más necesita recordar el mundo.

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